miércoles, 31 de agosto de 2011

El carozo.

Esa pasión que le contrae cada músculo de los pies y el cuello al mismo tiempo.
Se desnuda, desgarra su presa, la saborea salvajemente; no la termina, acaba y deja para después.
Se envuelve lentamente en su sudor en el festín, escondiéndose en su propia pureza, lo que le sale de adentro y luego se hace capullo.
Se esconde en sí mismo.
Se pone las medias y duerme.
Al día siguiente, querrá más para poder ser él, para desenmascararse. Para ser él con ella. Para llegar a su centro.
Cada día devora con desesperación las cáscaras. Espera el minuto en que sea posible. Insiste.
Quizás nunca llegue a su verdad, quizás siempre estubo en ella.

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