jueves, 26 de mayo de 2011

Sasha

Fue una situación como cualquier otra, claro que cada momento tiene su tinte de único, pero en esa situación no hubo nada más especial por así decirlo. Estabamos sentados, como en cualquier otra cena, cuidando nuestros modales, absteniendonos de comentarios que provoquen molestia en alguno de los integrantes del encuentro, saboreando la comida que mamá había cocinado (como todas las noches), con alguna que otra discusión (como todas las noches) y con alguna que otra risa profunda y verdadera (que afirmo con una sonrisa que es como todas las noches -al menos en las que mis hermanos participan del encuentro-). Se mantuvo cada costumbre y, satisfechos, dimos por acabado el cortejo como todas las noches. Vuelvo a afirmar que fue una situación como cualquier otra.
Pero sucedía algo distinto, una presencia nueva está entre nosotros. Todavía no se fue, todavía no nos deja; aunque sabemos, todos, que en cualquier momento lo hará. Es la espera hacia algo visto como natural y terrible. Intentamos evitar el tema, sólo tener un roce distante con ella. Pero es tan fuerte y misteriosa que fue imposible que no nos provoque el sentimiento de tristeza. Mirandonos de reojo, comenzamos a sentir el agua de nuestra alma caer en la misma mesa donde minutos atrás se cumplía con lo rutinario. Comenzamos a compartir algo más profundo, verdadero e inevitable que esa charla un tanto superficial. Lo sentimos y lo seguimos percibiendo recorriendo nuestro cuerpo. Está acá. Da fruto al dolor, al dolor con una mezcla de alegría insoportables. Se apoderan de los ojos y de la voz. Nos limitan la expresión inevitable.
Todo se yuxtapone con nuevas presencias que nos rodean, nos dan felicidad y nos sacan el gusto amargo de no querer comprender la vida.
Es parte de las decisiones, uno de los pocos lugares (si no es el único) en el que el ser humano, creo, se encuentra consigo mismo. Donde comienzan las balanzas, las debilidades de la inseguridad de cada uno y los miedos de nuestro propio destino también.
Es momento de no pensar en uno y pensar en el otro, eso también lo sabemos, pero no quita que hayas sido la luz del hogar, que nos hayas enseñado de la vida y formas de vivirla. Que te hayas apoderado hermosamente de cada cena y contacto verbal que tuvimos en esta familia. Que seas la dueña de una expresión en el rostro hermosa de cada uno de nosotros.
Algunos creen sólo en los seres humanos. Yo creo que no hay pensamiento más aberrante y más dañino para nuestro cuerpo y espíritu que ese. No dejarse entregar a conocer parte de la vida tan hermosa como la que nos dan y de la cual aprendemos. Eso es más terrible que cualquier ideología. Y la justificación a esa definición tan horrorosa es por negarse a sentir, a conectarse con el mundo, con la naturaleza, con los ciclos de cada uno, con la comprensión hacia un mundo en el que nos tocó vivir.
Algunos creen que las presencias se eligen entre sí, quizás viniendo de otra vida o tal vez simplemente queriendo conocerse. Yo te vuelvo a elegir. Quiero volver a compartir tantos años de mi vida con vos. Y si es así, gracias por elegirnos, por dejarnos compartir la vida con vos.
Te regalo lo más único que tengo y que te lo he dado puro y sincero cada día en los últimos años, sin verguenza ni tanta vuelta. Te regalo todo mi amor. Una vez más.

lunes, 2 de mayo de 2011

El infierno son los otros.

Es en los otros donde nos vemos. Es en los otros donde encontramos nuestra impureza y putrefacción. Son ellos los que nos muetran lo más miserable de nuestra existencia. Es por ellos y gracias a ellos que podemos erosionar y modificarnos. Es en ellos la culpa. Es en ellos el perdón. Es que ellos son reflejo y también son verdad.