martes, 7 de septiembre de 2010

Melodías de aire.

La expresión se hace vibrar en mi interior. Desde el alma recorre el tronco, llega a mis extremidades y busca, temblorosa, la mano. La siento necesidad. Necesidad de transmitirla, de poder llegar a un punto mientras la dejo salir para compartirme.
También pienso que debe configurarse de manera tal que pueda llegar a otros ojos, se entremezca en una mirada, se deslice sobre algunas pestañas y pueda atravesar armoniosa una idea. Para moldearla, para despertar un sentir preexistente.
Es en ese momento es en que mi alma se conecta con otra, en forma pura, llena de luz.
Me concientizo en que hace mucho que me limito a hacerlo. Miedo. Y es cuando el miedo se personifica en acción y restringe mi libertad.
Entre las espigas del acontecimiento me pierdo a mi misma y aquél dolor, se convierte en mi punto de partida hacia la búsqueda de un encuentro luminoso.
Ahí empieza.
La soledad enmascarada es tan salada como sentirse sola cuando una está acompañada.
Abro los ojos y veo el jardín. Noto que la medianera que normalmente pone fin a la tierra cuantificada, la cual intenta desesperadamente dar a luz al pasto quemado, quemado y ausente; se encuentra agrietada.
Llega la primavera. Veo presencias nuevas que aletean lentamente entre las flores ilusorias, pero prontas.
Siento alivio. Tomo una bocanada del viento derivado del simple, lento y constante aleteo; y siento paz. Abro la boca y me remonto en la montaña con aire refrescante. Extiendo los brazos y despido a la soledad enmascarada. Gracias. Siento paz